lunes, 7 de enero de 2008

III

Enero en Buenos Aires es la evidencia de una mirada desarmada. El rastro de la ausencia quedó marcado en la ciudad, en aquel recorrido cotidiano, en aquellas palabras vanas. Me desespera la peligrosa tranquilidad que abunda en estas calles desiertas que olvidaron ya nuestros pasos. Este verano es previsible, y no es parecido a ningún otro. Es la repetición de los días llenos de voces silenciadas apenas en el sueño; es un lugar repleto de indicios que muestran lo efímero del pasado. Cuando las horas se dejan pasar sin ningún fin es justamente cuando más pesa tu adiós. Por lo tanto, este mes y este lugar son solamente una excusa para lamentar en el mejor de los disfraces lo que se ha perdido: un recuerdo frágil pero permanente. Todo parece haber regresado a su acostumbrado curso y lentamente me repliego en aquel lugar, tan conocido, del encierro. Los días de verano son solamente días: chatos y grises, sin sobresaltos, la misma canción una y otra vez.

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